María Mena
Tuvo miedo. Pensó en abandonarlo todo, en correr y esconderse. Se vió sumergido en el terror y la oscuridad lo cubrió. Trató de soltarse, de correr pero no había luz y no tenía fuerza suficiente, así que se entregó sin decoro alguno... Sintió como su cuerpo se abría por todas partes y los fluidos corrían, para su sorpresa fue placentero. La tibieza de aquello que salía de él lo bañaba. Cerró los ojos, ya la oscuridad no era tormento, al contrario, se extasiaba en ella. Por un momento pudo sentir el cambio de su cuerpo y soñó, se creyó multicolor en la loma donde se escondía de sus enemigos, recordó las pedradas pero sin dolor, recordó como se aferraba con sus dientes a la vida. Se sintió valiente.
Ahora su vientre cambiaba de forma, se estilizaba, adquiría la gracia de una bailarina y solo a ello prestaba atención para ignorar la punzante sensación de quemadura que le recorría. El dolor más fuerte se produjo en su cara que parecía aparecer y sonrió. Se preguntaba si sentirían asco una vez más al verlo, y maldijo a todos, sobre todo a los que debieron subir la cara para mirarlo e igual lo despreciaban. Parecía que sus nuevos ojos eran tallados con navajas recién forjadas que hundían en él para ser resfracadas. Lloró.
El miedo volvió y se agitó, quiso escapar, esconderse pero ahora ¿a dónde? estaba condenado a su destino. Quiso gritar, sintió como se partía en mil pedazos, parecía que alguien lo tomba con fuerza y le arrancaba cada parte de su ser para luego patear la nueva herida. Fue así como se arrepintió de haberse salvado, ahora se maldecia. Notó que se asfixiaba, su cuerpo era más grande y temió ser descubierto, ya no cabía en su escondite así que luchó y se zafó.
En la medida que rompía la crisálida se sorprendió al descubrir un par de alas que empezaban a revolotear, notó que ya no se arrastraría más porque tenía cuatro delicadas patas con las que podría danzar en cualquier flor y ser admirado ahora que ya no era repulsivo, dejó de ser un asqueroso y despreciado ser para convertirse en la gran obra de arte que dios creó. Pensó en la superficialidad de los seres, en la adulancia que le esperaba por parte de aquellos que fueron sus opresores. Se noto majestuoso, se sintió arrogante como un rey, se imaginó respetado, pensó en su vida y huyó.


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