Cris Cedeño Herrera
Las melodias altas rodeaban este mundo. parecía darle paz a las personas, inspirarles y llevar su imaginación muy lejos, pero no era así. Era peor que eso.
—Co... rre...—se escuchó el grito desgarrador de una mujer que empezó a correr sin razón.
Todos pensaron que solo había perdido el juicio pero sin darse cuenta también estaban corriendo. Esas melodías ahora guiaban a esos seres llamados humanos.
Los violines se alzaban con trompetas, con notas que erizaban la piel y resonaban en el alma. Era el fin. Todos corrían detrás de algo pero entre tanta gente no sabían que era, solo corrían sin importar qué.
Gritos eran las notas más agudas de esta canción, los suspiros de dolor, el sudor, las gotas de sangre en el asfalto era la escena del coro.
El arte del sacrificio del no pensar, de solo seguir, con huellas de gritos y suplicas en el aire. Era eterno.
—De...de...bo alcanzarla... —eran los susurros más miserables y la desafinación de la canción.
Pero ¿qué perseguían? Una tontería, una capaz de volver demente al debil y ponerlo de rodillas sin piedad, siendo sus plegarias su canción mas exquisita y excitante.
Solo era una tortuga.


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